"Tengo fiebre"
Estas dos palabras marcan el giro definitivo en la relación entre dos personas.
Sí, ya me ha pasado otras veces y a estas alturas no tengo dudas. La fiebre enternece. También nos hace vulnerables. No la nuestra, la del otro. Así que, resignada, me recuesto a tu lado durante dos días con sus noches con una selección de capítulos de libros para leerte mientras tú agarras mi mano.¿Alguien sabe de algo que nos acerque más al otro que leerle mientras está enredado en todo lo que envuelve al estado febril?
Cuando te leí sobre Gertrude Stein y la generación perdida, y de cómo, su casa de París, se convirtió a principios de siglo en el centro de reunión de pintores vanguardistas, y de escritores norteamericanos como Hemingway, Dos Passos o Francis Scott Fitzgerald que fueron a Europa en busca de un refugio cultural más habitable, me miraste y preguntaste si nuestra casa sería igual. "Seguro que si", contesté yo. Y añadí una palabra cariñosa, que prometo guardar en el baul de mis miedos, hasta que el sudor vuelva a asomar por tu frente.
Maldita fiebre y maldita generación perdida.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
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