lunes, 13 de diciembre de 2010

Reproches

En el caso poco probable de que existieran los Dioses y que a ellos estuviera encomendada la noble tarea de repartir dones, virtudes y habilidades, sólo tendría dos cosas que reprocharles.

La primera. Jamás podré perdonarles que no me bendijeran con el don de poder beber whisky solo. Me quedaría realmente bien pedir un Johnnie Walker etiqueta negra en vaso bajo. De hecho en alguna ocasión lo he pedido, a costa de mi estómago, para impresionar a alguna chica solitaria. Una estupidez del tamaño de Kentucky; a la mayoría de las chicas de los bares no les importa en abolusto si bebes whisky solo o Malibu con piña (yo jamás me podría enamorar de alguien que me bebiera lo segundo), de la misma forma que les da exactamente lo mismo si lees a Javier Marías, a Bucay (¡ay, no!) o a Dostoievski. A lo largo de mi dilatada carrera como camarera, sólo dos mujeres me pidieron etiqueta nega con mucho hielo y en vaso bajo. Ni que decir tiene que me enamoré de ambas. Ese tipo de enamoramientos que me duran exactamente tres horas. Pero míos son.

La segunda. Lamento profundamente mi incapacidad para levantar una sola ceja. Juro haber pasado horas frente al espejo ensayándolo con el objeto de rubricar alguna de mis frases con ese gesto. Huelga decir que no lo he conseguido ni una sola vez.

En el caso poco probable de que existieran los Dioses, los retorcería hasta la extenuación por haberme creado con estas insoportables taras.

(FIN)

lunes, 8 de noviembre de 2010

domingo, 10 de octubre de 2010

Imagine





Corría el 9 de Octubre de 1940. Mientras los aviones nazis bombardeaban la ciudad de Liverpool, el pequeño Jhon Winston Ono Lenon, llegaba al mundo. En un día como el de hoy, hubiera cumplido 70 años.


Han pasado cuatro décadas desde que uno de sus discos, en concreto el segundo en solitario, se convirtiera en un himno. Dos décadas después, yo lo escuchaba por primera vez y desde entonces, nunca he dejado de imaginar.


Éste, es mi pequeño homenaje para él.

domingo, 18 de julio de 2010

De Heinekens

En contra de lo que acostumbro, llegué tarde. Llegué tarde y mal. Apenas había dormido la noche anterior, las tres horas de tren me dejaron destrozada y las otras dos callejeando por esa ciudad enorme, aturdida. Los dos chicos iban vestidos excesivamente correctos, previsibles y monótonos. La chica, fácil, simple y anodina; vestido azul pavo con cinturon marron y zapatos de tacón de Adolfo Dominguez. Su olor, a maderas, me recordo a una camarera que conocí (de cerca) hace años en un bar perdido de Barcelona,y quizá por eso, me resulto más cercana que ellos. Y más guapa. Yo aparecí uno vaqueros que se me caían, unas chanclas hastiadas de kilómetros que me trajeron de Brasil hace tres años, camiseta blanca que hacía honor a Jean Seberg y un sombrero marrón con flores azules y rojas y que no sé todavía por qué me puse. A la espalda llevaba una mochila con tres cámaras de foto que no me dio tiempo a soltar, de la misma forma que no me dio timpo a ducharme. Ni a cortarme el flequillo, que me tapaba los ojos. Ni siquiera a peinarme.

Bajamos a una terraza y comenzamos la entrevista. Ellos pidieron café e infusiones, yo, una Heineken alegando que no estaba en horario laboral. Consumimos casi dos horas hablando de mi, de mi curriculum, de mis expectativas, de mis proyectos a largo plazo y repasamos algunos de mis trabajos juntos. Sentí cierto purdor que solventé con una segunda Heineken.

Nos despedimos y volvi a callejear por la ciudad, a viajar en el maldito tren durante tres horas en las que descansé los pies en el asiento de enfrente y no dejé de mirármelos en todo el camino mientras escuchaba la música que salía de los altavoces del ipod de forma aleatoria. Apenas pensé en la entrevista, sin embargo sí pensé en los labios de la chica de azul pavo y en las ganas, por momentos, que me entraron de besarlos mientras me hablaba. También me imaginé unas siete vidas distintas para el próximo año y no me entro ningún ataque de pánico ante tanta incertidumbre, despues de todo había descartado otras siete.

Al día siguiente recogí todo. Otra vez. ¿Cabe la vida en el maletero de un coche? No, no cabe. Sobretodo si sigues acumulando libros, cuadros y fotografías. Y sobretodo si dejas a los 181cm con los que has compartido absolutamente todo durante el último año. Cuando estaba a ochenta kilómetros de la casa donde pasé 25 años de mi vida, tras seis horas al volante y mientras sonaba "Hurricane" de Bob Dylan en los altavoces de mi coche, sonó el teléfono:

"Le llamamos para felicitarla y comunicarle que ha sido seleccionada para disfrutar de la beca en Guatemala y en el Salvador. Estamos seguros que traerá el mejor reportaje del mundo de allí y no le garantizamos que en ninguno de estos dos paises vaya usted ha encontrar Heinekens"

Paré en la gasolinera siguiente y grité. Grité hasta que casi me quedé sin voz. Compré una Heineken. Me fumé dos cigarros.

Llegué a casa, mi madre tenía puesta música en el salón y terminaba de preparar la cena. Mi padré hacía hueco en el garaje para que metiera el coche. Cenamos en el jardín y tomamos vino blanco. No les gustó la idea.

Me vacuné, me compré una linterna, baterias para la cámara, navaja multiusos con abridor, un ipod con 72 gigas más que el anterior, dos adaptadores de corriente y unas zapatillas New Balance azules y grises. También me compré una cantimplora que me transportó a la infancia. Me corté el flequillo. Compré un cartucho de gambitas pequeñas y me senté en el puerto a ver el aterdecer. Lloré.

Y me voy.


viernes, 19 de febrero de 2010

Por fin es Viernes!!

Y como buena niña aplicada lo he aprobado todo. ¡¡¡SI!!!

Esta noche os daría bocaditos a todos y a todas :)

viernes, 5 de febrero de 2010

Pure imagination

Desde pequeña, cuando iba a los restaurantes a cenar con mi padres, siempre me quedaba observando a las chicas que al terminar de cenar se levantaban de la mesa y se dirigían al baño juntas. Por aquellos entonces, los pájaros de mi cabeza y yo, pensábamos que iban a perfumarse, a repasar el carmín de sus labios y a poner máscara en sus pestañas. Más tarde, mi imaginación fue a más. Tenía claro que entraban a besarse, que se rompían las medias a mordiscos y sus suspiros contenidos se los tragaba las cisterna. Luego volvían a la mesa con las manos lavadas y la melena desordenada y yo no dejaba de mirarlas e imaginarlas mientras se me derretían las bolas de helado de limón y canela. Ahora, cuando estoy sentada en un restaurante y dos chicas entran al baño juntas, siempre pienso que van a meterse una raya.
No hace mucho, esperé a que una rubia de mirada angelical y pechos prominentes se acercara la barra sola. Me acerqué y le pregunté : ¿Eres Lucía C, verdad? Cuando has ido a maquillarte al baño te has dejado el DNI encima de la cisterna. Gracias por tu discreción, me dijo. -¿Quieres una copa?- No, le respondí. Quiero que me dejes tomarte una fotografía la próxima vez que entres al baño.

Nadie entiende que vaya a hacer un proyecto fotográfico de los baños de los bares. Pero las obsesiones de cada una son tan personales, que ni siquiera me apetece pararme a explicarlo.


jueves, 28 de enero de 2010