lunes, 13 de diciembre de 2010

Reproches

En el caso poco probable de que existieran los Dioses y que a ellos estuviera encomendada la noble tarea de repartir dones, virtudes y habilidades, sólo tendría dos cosas que reprocharles.

La primera. Jamás podré perdonarles que no me bendijeran con el don de poder beber whisky solo. Me quedaría realmente bien pedir un Johnnie Walker etiqueta negra en vaso bajo. De hecho en alguna ocasión lo he pedido, a costa de mi estómago, para impresionar a alguna chica solitaria. Una estupidez del tamaño de Kentucky; a la mayoría de las chicas de los bares no les importa en abolusto si bebes whisky solo o Malibu con piña (yo jamás me podría enamorar de alguien que me bebiera lo segundo), de la misma forma que les da exactamente lo mismo si lees a Javier Marías, a Bucay (¡ay, no!) o a Dostoievski. A lo largo de mi dilatada carrera como camarera, sólo dos mujeres me pidieron etiqueta nega con mucho hielo y en vaso bajo. Ni que decir tiene que me enamoré de ambas. Ese tipo de enamoramientos que me duran exactamente tres horas. Pero míos son.

La segunda. Lamento profundamente mi incapacidad para levantar una sola ceja. Juro haber pasado horas frente al espejo ensayándolo con el objeto de rubricar alguna de mis frases con ese gesto. Huelga decir que no lo he conseguido ni una sola vez.

En el caso poco probable de que existieran los Dioses, los retorcería hasta la extenuación por haberme creado con estas insoportables taras.

(FIN)

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