martes, 27 de enero de 2009

Billie Holiday With Coleman Hawkins - Fine And Mellow

Llueve. No es necesario asomarme a la ventana para saberlo. A veces, sé que llueve...así sin más. Lo noto, lo siento.

En mi casa, siempre sonó el Jazz en invierno. Trepaba por el hueco de la escalera que lleva hasta a mi habitación, como una emboscada excepcional de intervalos mudos y se metía por todos los rincones, nada que ver con el oído, activando unos resortes que yo, ni siquiera sabía que existian. Algunas veces el sonido venía acompañado de los olores que emanabn de los fogones. Bajaba hipnotizada, como si Hamelin hubiera depertado caprichoso para mi, y apoyada en el quicio de la puerta sonreía al encontrar a mis padres bailando en la cocina.

Llueve. Y algo me empuja hacia el salon. Rebusco entre los discos, paseo mis manos con cuidado por los cartones. Los acaricio, los observo con la emoción de quién ve nevar por primera vez. Sonrio al encontrar piezas olvidadas. Este es perfecto, si. Le dejo las motas de polvo en los surcos y me limito a brindarle el tímido y delicado soplido que aprendí de mi hermano. Él siempre lo hizo mejor; el pulso cuidadoso, el paño delicado, la despedida del aíre de sus labios. Cuando lo miro hacer su ritual siempre pienso que sería una bendición que alguien me soplara a mi así en la nuca.
Muy poco a poco dejo caer el diamante de la aguja en el carambano azulado encapuchado de música, me ajusto los cascos, me tumbo en el sillón de pensar y cierro lo ojos.

Es invierno y llueve. La nostalgia tiene nombre y suena así:


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