En el caso poco probable de que existieran los Dioses y que a ellos estuviera encomendada la noble tarea de repartir dones, virtudes y habilidades, sólo tendría dos cosas que reprocharles.
La primera. Jamás podré perdonarles que no me bendijeran con el don de poder beber whisky solo. Me quedaría realmente bien pedir un Johnnie Walker etiqueta negra en vaso bajo. De hecho en alguna ocasión lo he pedido, a costa de mi estómago, para impresionar a alguna chica solitaria. Una estupidez del tamaño de Kentucky; a la mayoría de las chicas de los bares no les importa en abolusto si bebes whisky solo o Malibu con piña (yo jamás me podría enamorar de alguien que me bebiera lo segundo), de la misma forma que les da exactamente lo mismo si lees a Javier Marías, a Bucay (¡ay, no!) o a Dostoievski. A lo largo de mi dilatada carrera como camarera, sólo dos mujeres me pidieron etiqueta nega con mucho hielo y en vaso bajo. Ni que decir tiene que me enamoré de ambas. Ese tipo de enamoramientos que me duran exactamente tres horas. Pero míos son.
La segunda. Lamento profundamente mi incapacidad para levantar una sola ceja. Juro haber pasado horas frente al espejo ensayándolo con el objeto de rubricar alguna de mis frases con ese gesto. Huelga decir que no lo he conseguido ni una sola vez.
En el caso poco probable de que existieran los Dioses, los retorcería hasta la extenuación por haberme creado con estas insoportables taras.
(FIN)
lunes, 13 de diciembre de 2010
lunes, 8 de noviembre de 2010
domingo, 10 de octubre de 2010
Imagine
Corría el 9 de Octubre de 1940. Mientras los aviones nazis bombardeaban la ciudad de Liverpool, el pequeño Jhon Winston Ono Lenon, llegaba al mundo. En un día como el de hoy, hubiera cumplido 70 años.
Han pasado cuatro décadas desde que uno de sus discos, en concreto el segundo en solitario, se convirtiera en un himno. Dos décadas después, yo lo escuchaba por primera vez y desde entonces, nunca he dejado de imaginar.
Éste, es mi pequeño homenaje para él.
domingo, 18 de julio de 2010
De Heinekens
En contra de lo que acostumbro, llegué tarde. Llegué tarde y mal. Apenas había dormido la noche anterior, las tres horas de tren me dejaron destrozada y las otras dos callejeando por esa ciudad enorme, aturdida. Los dos chicos iban vestidos excesivamente correctos, previsibles y monótonos. La chica, fácil, simple y anodina; vestido azul pavo con cinturon marron y zapatos de tacón de Adolfo Dominguez. Su olor, a maderas, me recordo a una camarera que conocí (de cerca) hace años en un bar perdido de Barcelona,y quizá por eso, me resulto más cercana que ellos. Y más guapa. Yo aparecí uno vaqueros que se me caían, unas chanclas hastiadas de kilómetros que me trajeron de Brasil hace tres años, camiseta blanca que hacía honor a Jean Seberg y un sombrero marrón con flores azules y rojas y que no sé todavía por qué me puse. A la espalda llevaba una mochila con tres cámaras de foto que no me dio tiempo a soltar, de la misma forma que no me dio timpo a ducharme. Ni a cortarme el flequillo, que me tapaba los ojos. Ni siquiera a peinarme.
Bajamos a una terraza y comenzamos la entrevista. Ellos pidieron café e infusiones, yo, una Heineken alegando que no estaba en horario laboral. Consumimos casi dos horas hablando de mi, de mi curriculum, de mis expectativas, de mis proyectos a largo plazo y repasamos algunos de mis trabajos juntos. Sentí cierto purdor que solventé con una segunda Heineken.
Nos despedimos y volvi a callejear por la ciudad, a viajar en el maldito tren durante tres horas en las que descansé los pies en el asiento de enfrente y no dejé de mirármelos en todo el camino mientras escuchaba la música que salía de los altavoces del ipod de forma aleatoria. Apenas pensé en la entrevista, sin embargo sí pensé en los labios de la chica de azul pavo y en las ganas, por momentos, que me entraron de besarlos mientras me hablaba. También me imaginé unas siete vidas distintas para el próximo año y no me entro ningún ataque de pánico ante tanta incertidumbre, despues de todo había descartado otras siete.
Al día siguiente recogí todo. Otra vez. ¿Cabe la vida en el maletero de un coche? No, no cabe. Sobretodo si sigues acumulando libros, cuadros y fotografías. Y sobretodo si dejas a los 181cm con los que has compartido absolutamente todo durante el último año. Cuando estaba a ochenta kilómetros de la casa donde pasé 25 años de mi vida, tras seis horas al volante y mientras sonaba "Hurricane" de Bob Dylan en los altavoces de mi coche, sonó el teléfono:
"Le llamamos para felicitarla y comunicarle que ha sido seleccionada para disfrutar de la beca en Guatemala y en el Salvador. Estamos seguros que traerá el mejor reportaje del mundo de allí y no le garantizamos que en ninguno de estos dos paises vaya usted ha encontrar Heinekens"
Paré en la gasolinera siguiente y grité. Grité hasta que casi me quedé sin voz. Compré una Heineken. Me fumé dos cigarros.
Llegué a casa, mi madre tenía puesta música en el salón y terminaba de preparar la cena. Mi padré hacía hueco en el garaje para que metiera el coche. Cenamos en el jardín y tomamos vino blanco. No les gustó la idea.
Me vacuné, me compré una linterna, baterias para la cámara, navaja multiusos con abridor, un ipod con 72 gigas más que el anterior, dos adaptadores de corriente y unas zapatillas New Balance azules y grises. También me compré una cantimplora que me transportó a la infancia. Me corté el flequillo. Compré un cartucho de gambitas pequeñas y me senté en el puerto a ver el aterdecer. Lloré.
Y me voy.
Bajamos a una terraza y comenzamos la entrevista. Ellos pidieron café e infusiones, yo, una Heineken alegando que no estaba en horario laboral. Consumimos casi dos horas hablando de mi, de mi curriculum, de mis expectativas, de mis proyectos a largo plazo y repasamos algunos de mis trabajos juntos. Sentí cierto purdor que solventé con una segunda Heineken.
Nos despedimos y volvi a callejear por la ciudad, a viajar en el maldito tren durante tres horas en las que descansé los pies en el asiento de enfrente y no dejé de mirármelos en todo el camino mientras escuchaba la música que salía de los altavoces del ipod de forma aleatoria. Apenas pensé en la entrevista, sin embargo sí pensé en los labios de la chica de azul pavo y en las ganas, por momentos, que me entraron de besarlos mientras me hablaba. También me imaginé unas siete vidas distintas para el próximo año y no me entro ningún ataque de pánico ante tanta incertidumbre, despues de todo había descartado otras siete.
Al día siguiente recogí todo. Otra vez. ¿Cabe la vida en el maletero de un coche? No, no cabe. Sobretodo si sigues acumulando libros, cuadros y fotografías. Y sobretodo si dejas a los 181cm con los que has compartido absolutamente todo durante el último año. Cuando estaba a ochenta kilómetros de la casa donde pasé 25 años de mi vida, tras seis horas al volante y mientras sonaba "Hurricane" de Bob Dylan en los altavoces de mi coche, sonó el teléfono:
"Le llamamos para felicitarla y comunicarle que ha sido seleccionada para disfrutar de la beca en Guatemala y en el Salvador. Estamos seguros que traerá el mejor reportaje del mundo de allí y no le garantizamos que en ninguno de estos dos paises vaya usted ha encontrar Heinekens"
Paré en la gasolinera siguiente y grité. Grité hasta que casi me quedé sin voz. Compré una Heineken. Me fumé dos cigarros.
Llegué a casa, mi madre tenía puesta música en el salón y terminaba de preparar la cena. Mi padré hacía hueco en el garaje para que metiera el coche. Cenamos en el jardín y tomamos vino blanco. No les gustó la idea.
Me vacuné, me compré una linterna, baterias para la cámara, navaja multiusos con abridor, un ipod con 72 gigas más que el anterior, dos adaptadores de corriente y unas zapatillas New Balance azules y grises. También me compré una cantimplora que me transportó a la infancia. Me corté el flequillo. Compré un cartucho de gambitas pequeñas y me senté en el puerto a ver el aterdecer. Lloré.
Y me voy.
viernes, 19 de febrero de 2010
Por fin es Viernes!!
Y como buena niña aplicada lo he aprobado todo. ¡¡¡SI!!!
Esta noche os daría bocaditos a todos y a todas :)
Esta noche os daría bocaditos a todos y a todas :)
viernes, 5 de febrero de 2010
Pure imagination
Desde pequeña, cuando iba a los restaurantes a cenar con mi padres, siempre me quedaba observando a las chicas que al terminar de cenar se levantaban de la mesa y se dirigían al baño juntas. Por aquellos entonces, los pájaros de mi cabeza y yo, pensábamos que iban a perfumarse, a repasar el carmín de sus labios y a poner máscara en sus pestañas. Más tarde, mi imaginación fue a más. Tenía claro que entraban a besarse, que se rompían las medias a mordiscos y sus suspiros contenidos se los tragaba las cisterna. Luego volvían a la mesa con las manos lavadas y la melena desordenada y yo no dejaba de mirarlas e imaginarlas mientras se me derretían las bolas de helado de limón y canela. Ahora, cuando estoy sentada en un restaurante y dos chicas entran al baño juntas, siempre pienso que van a meterse una raya.
No hace mucho, esperé a que una rubia de mirada angelical y pechos prominentes se acercara la barra sola. Me acerqué y le pregunté : ¿Eres Lucía C, verdad? Cuando has ido a maquillarte al baño te has dejado el DNI encima de la cisterna. Gracias por tu discreción, me dijo. -¿Quieres una copa?- No, le respondí. Quiero que me dejes tomarte una fotografía la próxima vez que entres al baño.
Nadie entiende que vaya a hacer un proyecto fotográfico de los baños de los bares. Pero las obsesiones de cada una son tan personales, que ni siquiera me apetece pararme a explicarlo.
No hace mucho, esperé a que una rubia de mirada angelical y pechos prominentes se acercara la barra sola. Me acerqué y le pregunté : ¿Eres Lucía C, verdad? Cuando has ido a maquillarte al baño te has dejado el DNI encima de la cisterna. Gracias por tu discreción, me dijo. -¿Quieres una copa?- No, le respondí. Quiero que me dejes tomarte una fotografía la próxima vez que entres al baño.
Nadie entiende que vaya a hacer un proyecto fotográfico de los baños de los bares. Pero las obsesiones de cada una son tan personales, que ni siquiera me apetece pararme a explicarlo.
jueves, 28 de enero de 2010
viernes, 4 de diciembre de 2009
Cierro los ojos...
Creo que nunca deseé algo con tanta fuerza como volver a casa por unos días, a esa donde en invierno siempre suena el jazz y donde se improvisan bailes de a dos en la cocina. Encontrarte junto a la chimenea leyendo, probablemente a algún autor inglés, y tomando tranquila, sorbos delicados de una taza de chocolate caliente. Sorprenderte a tus espaldas con el regalo que te llevo, aquel que nunca pude hacerte porque siempre tuve dinero para comprarte otras cosas sin valor. Ahora te llevo fotografías, una historia que he compuesto para ti con todas esas imágenes que estaban en un viejo bolso encima del armario de la casa del campo del abuelo, y que me traje a escondidas, cuando yo creí que metía mi vida en el maletero de mi coche hace tres meses.
He vendido dos fotografías en una exposición que hice en un bar de la ciudad en la que vivo. Con el dinero, he comprado unos vinilos para que suenen en casa en Navidad. Ya sabes que a él siempre le gustaron más los sonidos que vienen de la aguja. Con lo que me sobró, me compré un cuadro para el salón de mi nueva casa. Es el cartel de la película "Blow Up", esa que a ti te resultó "ab-so-lo-ta-mente-te-dio-sa, y con la que yo tengo una especial relación, más de odio que de amor. También me dio para un par de botellas etiqueta negra de Johnnie Walker; el frío lo llevo fatal, y a mí el chocolate caliente, discúlpame, sí que me resulta tedioso. No sabes cuánto.
¿Sabes qué extraño? Los silbidos. Aquí la gente no silba por la calle ¿Lo puedes creer? No fue hasta hace poco hasta que me di cuenta de su ausencia; cuando paseaba por las calles notaba que faltaba algo (también que sobraba) pero yo no sabía el qué.
Me encantaría tumbarme en el sillón de pensar y ajustarme los cascos, tú me traerías una de esas rosquillas que siempre haces por estas fechas y me preguntarías por el sabor de la canela. Me quedaría dormida y al despertar, me descubriría arropada por esa mantita gris que te traje de mi primer viaje a Francia. Siempre es él quien me arropa y me quita el libro de las manos. Siempre lo hizo. Nunca nadie me lo dijo, pero yo lo sé. Luego, veríamos una de esas películas antiguas que tanto te gustan y con las que yo ligeramente discrepo, pero que en casa siempre se vuelven enormes, quizá por el calor del hogar, por la botella de Courvoisier y las rosquillas de canela, o quizá sólo sea, porque siempre me acaricias la espalda y me dices todas esas cosas sin hablar cuando me tumbo a tu lado.
He vendido dos fotografías en una exposición que hice en un bar de la ciudad en la que vivo. Con el dinero, he comprado unos vinilos para que suenen en casa en Navidad. Ya sabes que a él siempre le gustaron más los sonidos que vienen de la aguja. Con lo que me sobró, me compré un cuadro para el salón de mi nueva casa. Es el cartel de la película "Blow Up", esa que a ti te resultó "ab-so-lo-ta-mente-te-dio-sa, y con la que yo tengo una especial relación, más de odio que de amor. También me dio para un par de botellas etiqueta negra de Johnnie Walker; el frío lo llevo fatal, y a mí el chocolate caliente, discúlpame, sí que me resulta tedioso. No sabes cuánto.
¿Sabes qué extraño? Los silbidos. Aquí la gente no silba por la calle ¿Lo puedes creer? No fue hasta hace poco hasta que me di cuenta de su ausencia; cuando paseaba por las calles notaba que faltaba algo (también que sobraba) pero yo no sabía el qué.
Me encantaría tumbarme en el sillón de pensar y ajustarme los cascos, tú me traerías una de esas rosquillas que siempre haces por estas fechas y me preguntarías por el sabor de la canela. Me quedaría dormida y al despertar, me descubriría arropada por esa mantita gris que te traje de mi primer viaje a Francia. Siempre es él quien me arropa y me quita el libro de las manos. Siempre lo hizo. Nunca nadie me lo dijo, pero yo lo sé. Luego, veríamos una de esas películas antiguas que tanto te gustan y con las que yo ligeramente discrepo, pero que en casa siempre se vuelven enormes, quizá por el calor del hogar, por la botella de Courvoisier y las rosquillas de canela, o quizá sólo sea, porque siempre me acaricias la espalda y me dices todas esas cosas sin hablar cuando me tumbo a tu lado.
domingo, 25 de octubre de 2009
Alice Liddell
Cuando en 1856 Carroll compra su equipo fotográfico tiene 24 años y la fotografía sólo 17. Este instrumento de generación de imagenes le debío de parecer una caja de las maravillas, era otro medio que se ofrecía a su ingenio más alla de la matemática, de la escritura y de la poesia para poder poner en práctica la irregularidad de una fantasía libre de la austeridad de la filosofía británia.
Alice Liddell, de 10 años, posa malhumorada, disfrazada de pequeña mendiga. Será famoso su nombre y será famosa esta imagen, por algunos considerada la más hermosa fotografía de una niña de la historia, mientras en el otro extremo, está quien ve en ella una profanación de la infancia.
En una soleada mañana de Julio, la pequeña Alice, durante un paseo en barca, le pide que le cuente un cuento y él esboza una historia fantástica que se transformará en uno de los libros más celebres de la literatura inglesa. Alicia en el país de las maravillas, que no enseña ninguna moraleja, sólo la libertad de la fantasía, el humor y el gusto por la paradojas. La importancia de un renovado y genuino estupor por la existencia. Decía Marguerite Duras: ¨Las obras maestras del mundo deberían ser encontradas por los niños en los cubos de basura y deberían ser leídas a escondidas, a escondidas de los padres y maestros¨. Y seguramente Carrol no pensaba muy distinto.
sábado, 10 de octubre de 2009
Venice Beach. Santa Monica, 1968
Así empiezan los conciertos y las revoluciones, levantando un brazo, liberando en el primer acorde sueños y energía. Y así empieza, con esa pose que parece de danza, con ese pelo que se contonea en el aire, con esa espalda sin el corte del sujetador, una de las fotografías más famosas de la historia norteamericana. La fecha y el lugar son ya una novela: Venice Beach, Santa Monica, 1968, la tierra de los beats y de los hippies. Aquí han dado sus primeros pasos los Doors de Jim Morrison y aquí, en uno de los veranos más calientes del siglo, Dennis Stock retrató a los nuevos pioneros de la cultura estadounidense, como si la conquista del Oeste y la fiebre del oro en California no hubieran terminado nunca. En el escenario de un concierto de rock, miles de jóvenes se dan cita para cambiar el mundo y reafirmar su derecho a vivir una personalísima, pacífica, tolerante y sexualmente libre versión del American Dream. Hay sitio para todos en esta playa, que no parece ser la última, sino la primera de una nueva época. Para Dennis Stock, desde siempre sensible a los agudos del individualismo, musicales y cinematográficos, es un momento de felicidad. Después de los retratos a los grandes del jazz, después del homenaje a las estrellas de Hollywood, de Marilyn a Audrey Hepburn, después de la amistad con James Dean y aquellas imágenes que retratan al divo en el plató de su infancia, en el campo, y solo por las calles de Nueva York, el fotógrafo siente en el aire, en ese viento que desgreña el pelo de la muchacha, la llegada de una nueva era; una era de emancipación, libertad y cambio. Y la hace suya.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Estados febriles
"Tengo fiebre"
Estas dos palabras marcan el giro definitivo en la relación entre dos personas.
Sí, ya me ha pasado otras veces y a estas alturas no tengo dudas. La fiebre enternece. También nos hace vulnerables. No la nuestra, la del otro. Así que, resignada, me recuesto a tu lado durante dos días con sus noches con una selección de capítulos de libros para leerte mientras tú agarras mi mano.¿Alguien sabe de algo que nos acerque más al otro que leerle mientras está enredado en todo lo que envuelve al estado febril?
Cuando te leí sobre Gertrude Stein y la generación perdida, y de cómo, su casa de París, se convirtió a principios de siglo en el centro de reunión de pintores vanguardistas, y de escritores norteamericanos como Hemingway, Dos Passos o Francis Scott Fitzgerald que fueron a Europa en busca de un refugio cultural más habitable, me miraste y preguntaste si nuestra casa sería igual. "Seguro que si", contesté yo. Y añadí una palabra cariñosa, que prometo guardar en el baul de mis miedos, hasta que el sudor vuelva a asomar por tu frente.
Maldita fiebre y maldita generación perdida.
Estas dos palabras marcan el giro definitivo en la relación entre dos personas.
Sí, ya me ha pasado otras veces y a estas alturas no tengo dudas. La fiebre enternece. También nos hace vulnerables. No la nuestra, la del otro. Así que, resignada, me recuesto a tu lado durante dos días con sus noches con una selección de capítulos de libros para leerte mientras tú agarras mi mano.¿Alguien sabe de algo que nos acerque más al otro que leerle mientras está enredado en todo lo que envuelve al estado febril?
Cuando te leí sobre Gertrude Stein y la generación perdida, y de cómo, su casa de París, se convirtió a principios de siglo en el centro de reunión de pintores vanguardistas, y de escritores norteamericanos como Hemingway, Dos Passos o Francis Scott Fitzgerald que fueron a Europa en busca de un refugio cultural más habitable, me miraste y preguntaste si nuestra casa sería igual. "Seguro que si", contesté yo. Y añadí una palabra cariñosa, que prometo guardar en el baul de mis miedos, hasta que el sudor vuelva a asomar por tu frente.
Maldita fiebre y maldita generación perdida.
jueves, 23 de julio de 2009
Ya no duermo en moteles
"Las fulanas lo hacemos a oscuras" Esta frase, con la que en absoluto estoy de acuerdo, es la culpable de que el 00:00 que a intervalos vestía de verde mi habitacíon, se deje cubrir cada noche por un jersey a rayas azul y blanco, mientras yo, desde la cama, observo el ritual con la estúpida sonrisa de la derrota.
viernes, 17 de julio de 2009
martes, 30 de junio de 2009
Eivissa
San Francisco, Katmandú, Goa, Amsterdam e Ibiza configuraban, entonces, la ruta obligatoria para unos personajes variopintos, llenos de una nueva alegría de vivir, personalidad y belleza interna. Locos inadaptados buscando otra alternativa de vida. Aprendiendo a sobrevivir, casi sin dinero, en marcos auténticos donde poder recuperar folklores, costumbres y estéticas del pasado y recomponer así sus sentiemientos rotos como protesta y revulsivo a un progreso erróneo. Nadie llevaba reloj, no se leían periódicos ni se veía la televisión. Nadie conocía el apellido de nadie. Nadie aspiraba a ser rico, poderoso o popular. Nadie vestía convencionalmente. Todos hacían de su inmadurez un estandarte y llenos de la especial energía telúrica de esta maravillosa isla, deseaban fundirse con la naturaleza en su estado más primitivo.
En Ibiza vivía una legión cosmopolita que, como Peter Pan, se negaba a aceptar la madurez. Profesando una inconsciente e infinita fe en el presente, como si aquel elitista y fantasioso sistema de vida, que configuraba la última utopía del siglo XX, se pudiese haber mantenido eternamente.
Era la explosión del amor libre y los alucinógenos, un momento de efervescencia para unas ovejas negras que consumían respetuosamente las drogas y los cuerpos como si fueran sacramentos. Personalidades con mentalidad libre experimentando con las posibilidades del cuerpo y el cerebro.
Ibiza debe un monumento a aquellos hippies, que, respetándola y preservándola, la promocionaron internacionalmente y una denuncia a los egoístas que los expulsaron y convirtieron, sin visión de futuro, gran parte del litoral ibicenco en un muro de cemento que insulta al Mediterraneo.
En Ibiza vivía una legión cosmopolita que, como Peter Pan, se negaba a aceptar la madurez. Profesando una inconsciente e infinita fe en el presente, como si aquel elitista y fantasioso sistema de vida, que configuraba la última utopía del siglo XX, se pudiese haber mantenido eternamente.
Era la explosión del amor libre y los alucinógenos, un momento de efervescencia para unas ovejas negras que consumían respetuosamente las drogas y los cuerpos como si fueran sacramentos. Personalidades con mentalidad libre experimentando con las posibilidades del cuerpo y el cerebro.
Ibiza debe un monumento a aquellos hippies, que, respetándola y preservándola, la promocionaron internacionalmente y una denuncia a los egoístas que los expulsaron y convirtieron, sin visión de futuro, gran parte del litoral ibicenco en un muro de cemento que insulta al Mediterraneo.
miércoles, 24 de junio de 2009
I'm Free
El primer día del resto de tu vida comienza con un carta de despido y una suculenta cifra encima de la mesa. Muchos se tirarían de los pelos. Yo, me voy un mes (o dos) a una isla perdida en medio del Caribe, a decidir en que lugar de España empiezo el resto de mi vida.
Como ninguna de mis lectoras silenciosas me deseará suerte, ya lo hago por ellas.
Buena suerte, maldita hedonista.
Como ninguna de mis lectoras silenciosas me deseará suerte, ya lo hago por ellas.
Buena suerte, maldita hedonista.
lunes, 22 de junio de 2009
La hirviente Lousiana
El calor sofocante me despierta. Abro los ojos despacio y mis párpados vuelven a caer pesados. Los entreabro, veo difuso un ventilador de aspas de madera que cuelga del techo. Da vueltas sin cesar, atravesando los rayos del un Sol sentado en el atardecer. Mueve el aire y desordena cada uno de tus lunares que salieron de mi boca hace apenas unas horas. Sigo los círculos que trazan las aspas con mi dedo y voy contando vueltas. Una, dos, tres, cuatro... Una melodía se cuela por debajo de la puerta de la habitación, te imagino balanceándote en el columpio del porche con el vestido de lino a cuadros rojos y blancos. Huele a limón recién cortado, estoy segura que de un momento a otro vas a aparecer con una jarra fría de limonada recién hecha. Imagino que estamos en Kentucky. Bendita imaginación la mía. En realidad, estamos en Lousiana, en la misma donde Paul Newman y Joanne Woodward rodaron "El largo y cálido verano".
lunes, 8 de junio de 2009
Uno más uno, tres.
Llevas la barriga y los muslos salpicados de pintura de colores. Estás descalza en tu estudio, blandiendo el aire a brochazos, goteando fotos mías que has pegado en papeles de periódico. Te has recogido el pelo y algunos mechones rebeldes danzan sueltos columpíandose sobre tus hombros.
Te observo tumbada desde el futón de la esquina. Cuando no te gusta el resultado final, lanzas por el aire la pieza, regando de color todo lo pilla a su paso. Si estuvieras algo más loca diría que eres la María Elena de Allen. Aunque ella no tiene esa cicatriz en la ceja a la que yo cada día puse un nombre distinto.
Resoplas, lanzas un grito enérgico,coges aire y vuelves a empezar. Y yo, mientras, repaso cardenales, sin saber muy bien cuantos de ellos son tuyos
Te observo tumbada desde el futón de la esquina. Cuando no te gusta el resultado final, lanzas por el aire la pieza, regando de color todo lo pilla a su paso. Si estuvieras algo más loca diría que eres la María Elena de Allen. Aunque ella no tiene esa cicatriz en la ceja a la que yo cada día puse un nombre distinto.
Resoplas, lanzas un grito enérgico,coges aire y vuelves a empezar. Y yo, mientras, repaso cardenales, sin saber muy bien cuantos de ellos son tuyos
martes, 2 de junio de 2009
25 hours
Desde bien pequeña declaré la guerra a la razón e inicié un camino alentado por mis visceras. Realmente no me ha ido mal del todo; quizá sea verdad que algunos poseemos un instinto especial, que nos conduce, reconduce y nos guía. No lo sé. Tampoco me importa. Soy jodidamente felíz con mis suicidios cotidianos.
Sé por qué aquella señora nos hizo una foto. Tomó aquella imagen porque vistas desde fuera, parecíamos una encantadora pareja consolidada. Seguro, que mientras estábamos en aquel adorable callejón, mientras yo tomaba unas fotos a los stencils de la pared y tú me obserbavas apoyada en aquel coche, nadie imaginó que yo, casi había atravesado el país para encerrarme en un hotel contigo. Nos besamos apoyadas en el cristal de aquel viejo coche y bajamos aquella pequeña calle de adoquines, abrazadas... descartando la posibilidad de parar en cualquier bar en pro de volver a nuestra guarida. Sí, pensarían que íbamos a casa, que éramos dos chicas monas que se profesaban amor, que paseaban apacibles por las calles de la ciudad y volvian a su hogar, uno lleno de libros, de cuadros pitando por tí, de fotografías mías, con una enorme cama con mosquitera blanca y donde a la hora de la cena siempre sonaba el jazz.
También yo me he quedado con tu olor, con el lunar cercano a tu axila, con tu lengua, que ante la timidez, asoma por la comisura derecha de tus labios. Con los tirabuzones de tu nuca, con tu movimiento pausado, como el de aquel ciervo moteado que con sigilo, alza el cuello husmeando el aire en busca de su presa.
Tu respiración trás mi espalda al dormir, profunda, acompasada, guió mi sueño..., a mí, que no me gusta soñar, y sin embargo, hay días que no hago otra cosa más que decorar la nube en la que vivo, y que sí, está llena de señores que lucen un calcetín de Mafalda y que me recuerdan que 25 horas no son nada, y sin embargo en el mundo pirata, pueden ser mucho más de lo que tienen muchas personas, unidas por pares, a lo largo de su vida.
Pero, no intimemos no...
Que lo nuestro, sin duda, es follar.
domingo, 31 de mayo de 2009
Aves de paso
A las flores de un día,
que no duraban,
que no dolían,
que te besaban,
que se perdían.
Damas de noche,
que en el asiento de atrás de un coche,
no preguntaban si las querías.
Aves de paso,
como pañuelos cura-fracasos.
que no duraban,
que no dolían,
que te besaban,
que se perdían.
Damas de noche,
que en el asiento de atrás de un coche,
no preguntaban si las querías.
Aves de paso,
como pañuelos cura-fracasos.
jueves, 21 de mayo de 2009
Mi querida Marguerite...
Los cínicos y los moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez, puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero me asombra que un cínico pueda engañarse así. Pongamos que unos y otros temen a sus demonios, ya sea porque luchan contra ellos o se abandonan, y que tratan de rebajar su placer buscando privarlo de su fuerza casi terrible ante la cual sucumben, y de su extraño misterio en el que se pierden.
Creeré en esa asimilación del amor a los goces puramente físicos (suponiendo que existan como tales) el día en que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite ante su plato favorito, como un amante sobre un hombro juvenil.
De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo. No es indispensable que el bebedor abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios. La abstinencia o el exceso comprometen al hombre solo; pero salvo en el caso de Diógenes, cuyas limitaciones y cuya razonable aceptación de lo peor se advierten por sí mismas, todo movimiento sensual nos pone en presencia del Otro, nos implica en las exigencias y las servidumbres de la elección.
No sé de nada donde el hombre se resuelva por razones más simples y más ineluctables, donde el objeto elegido sea pesado con más exactitud en su peso bruto de delicias, donde el buscador de verdades tenga mayor probabilidad de juzgar la criatura desnuda. Partiendo de un despojamiento que iguala el de la muerte, de una humildad que excede la de la derrota y la plegaria, me maravillo de ver restablecerse cada vez la complejidad de las negativas, las responsabilidades, los dones, las tristes confesiones, las frágiles mentiras, los apasionados compromisos entre mis placeres y los del Otro, tantos vínculos irrompibles y que sin embargo se desatan tan pronto.
El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito.
Memorias de Adriano. Marguerite Yourcenar
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